«Hay ironÃa en el tÃtulo que acoge periódicamente las entregas de estos diarios de Avelino Fierro. Si el tÃtulo nos sugiere de inmediato el peligroso y opresivo mundo de la jungla, sus diarios parecen, por el contrario, ordenados, razonables, burgueses, como supongo que son los códigos que rigen nuestra justicia (es sólo una sospecha, de haber leÃdo alguno de ellos podrÃa afirmarlo taxativamente o, por el contrario, descartar esta comparación). Y no lo dice uno sólo porque Avelino Fierro sea y ejerza de fiscal en una ciudad, León, que necesita tanto de la justicia (y esto no es en absoluto una sospecha; esto lo afirmo de una manera rotunda); no. Lo digo porque es un diarista tranquilo, razonable, bien avenido. Avelino Fierro es un escritor y amigo transigente. Las leyes están hechas de transacciones. La justicia las avala. Y Avelino, puedo afirmarlo también, es un pactista. Los pactos garantizan la paz, y Avelino se lleva bien con todo el mundo. De ser profesor, serÃa de los que dan aprobado general».
Del prólogo de Andrés Trapiello
«Escribir un diario para apurar este tiempo que calla y huye; para notar que los sueños se posan en mis ojos; para no sentir el miedo del futuro; para que mis pies se mojen en la espuma de los dÃas; para sentirme a veces feliz; para transitar un poco más atento por este mes de abril; para refugiarme, sentirme protegido, ovillarme, buscar un lugar más mÃo, un cobijo; para hacer que cuando salga de esta habitación en penumbra llena de libros y bañada por la luz frÃa de la luna, quede temblando una luciérnaga, una lucecita azul como esa que protege el sueño de los niños; para que en ella quede habitando un poco el amor».
Avelino Fierro