Nuestras sociedades han desarrollado una ética del trabajo que ha acabado por teñir con sus principios la cultura moral de Occidente, sin distinción ideológica alguna, constituyendo una norma de vida basada en un principio fundamental: el trabajo nos incorpora a esta inmensa red de intercambios que es la sociedad moderna. El vínculo ciudadano, el vínculo de los derechos y las responsabilidades desarrolladas entre todos los miembros de una comunidad moral, ha sido subsumido por el vínculo de las actividades productivas, por el trabajo para el mercado. Es por mediación del trabajo remunerado por lo que pertenecemos a la esfera pública, consiguiendo así una existencia y una identidad sociales. Es por eso que el trabajo es más que un medio para ganarnos la vida en un sentido puramente económico: mediante el trabajo nos ganamos también la vida en un sentido social. Pero el empleo está experimentando importantes transformaciones cualitativas en las últimas dos décadas. Han aparecido y se han desarrollado formas de trabajo distintas del empleo clásico a tiempo completo y para toda la vida que han desdibuja