El gran heredero del pensamiento jungiano, James Hillman, ofrece una visión alternativa, fundamentada en su psicología arquetípica, de uno de los más cruentos fenómenos humanos: la guerra. A pesar de basarse en una tesis fuerte -ante la que el pensamiento humanista posiblemente negaría escandalizado con la cabeza-, se aproxima como pocos a una mejor comprensión de este repudiado y fascinante fenómeno. Hillman considera que la guerra se inscribe dentro de la larga lista de arquetipos inherentes al ser humano, y que en ese sentido es ½normal+. Una posible (aunque improbable) erradicación de la guerra, pasaría antes por abordarla desde una perspectiva distinta. ½Tenemos que investigar las carencias de nuestro instrumento: +por qué nuestra forma de comprensión no puede comprender la guerra?+, se pregunta Hillman: ½La respuesta: según Einstein, los problemas no pueden ser resueltos al mismo nivel de pensamiento que los creó+. Lejos de realizar una apología, Hillman retrata la desolación y devastación que produce la guerra, pero se da cuenta de que está enquistada en el ADN humano desde tiempos inmemoriales (½En el principio no era el Verbo, sino la Guerra+). Considera que los sueños, ilusiones e hipocresía inscritos en el ideal de que, como la peste, la guerra un día simplemente desaparezca, en última instancia ocasionan más atrocidades y más dolor. Dado que es una realidad tan permanente como cualquiera, mejor aprender a convivir con ella, para intentar acotar y delimitar sus devastadores efectos.