Que las puestas de sol sean diferentes. Dormir mal, pero que no importe. Prepararlo todo minuciosamente, para que luego todo salga distinto. Estudiar mapas. Caminar. Que el enchufe que te has llevado no sea el adecuado. Aprender a oler. Oír ruidos diferentes. Rehuir a los compatriotas. Buscar a los compatriotas. Ir a Altaïr a comprar una guía. Seguir caminando. No entender nada. Refrenar la tentación de compararlo todo con casa. Cambiar moneda. Que duelan los pies. Hacer cola. Que te pidan propina. Visitar museos. Caminar. No saber qué dice la carta en los restaurantes. Comprar sándwiches en el supermercado y comértelos en un banco. Quedarte dormido en los parques. Admirar lo grande, lo pequeño, lo distinto, lo mismo. Perderse en las calles. Que te timen en los cafés, que te timen los taxistas, que te timen con la cuenta del minibar o el teléfono del hotel, que te timen. Visitar parques nacionales. Que te hayas dejado justo eso que necesitas. No dejar de caminar. Llevar siempre el pasaporte encima. Que te pierdan la maleta en el aeropuerto. Advertir cómo viste la gente, cómo se mueve, qué zapatos usa. No sab