Los cuentos de Teresa Ruiz son inquietantes, por familiares y extraños, por conocidos y lejanos, por mágicos y reales, por poner de manifiesto lo obvio: que la realidad que creemos conocer nunca es lo que parece. En una primera lectura te envuelve cierta placidez, en las siguientes nos percatamos de la riqueza del mundo de fantasÃa que nos presenta para, finalmente, comprender que siempre nos habla de amor. Nos propone un amor sublime, al que ella sabe dar consistencia. La consistencia de los pequeños objetos cotidianos, conocidos, presentes y para nosotros, no vistos en sus múltiples dimensiones hasta que ella, con una escritura precisa, clara y amable, nos destaca el valor de esos objetos si llegasen a faltar de nuestro universo particular. Nos recuerda, que depositamos nuestra vida en cada objeto que tocamos y que al final lo que queda de nosotros es sólo lo que hemos dejado tocado por nuestra mano; la paleta, el paraguas o las flores que un dÃa plantamos. Su sensibilidad logra mecernos, al tiempo que despierta un deseo de acariciar aquello que parecÃa dormido desde la niñez, aquello que olvidamos al cre