La vida religiosa se perfecciona con cada crisis y cada conversión. A veces nacen intuiciones nuevas que se presentan como faros, pero que solo son síntomas de reacción y de oportunismo voluntarista que creen salvar la vida religiosa, pero arriesgándose a enterrar el Evangelio.
De este modo, nuestro tiempo pide salir de una mirada ligada a la ira, al cansancio y al miedo para vibrar y vivir con alegría la vocación y la misión. Entre comodidad y esfuerzo se dibujan de forma peligrosa y caricaturesca dos visiones de la vida religiosa.
Volver a encontrar el sentido de una conversación íntima, porque los religiosos saben que la vida fraterna es su ecosistema durable. A partir de ahí se puede pasar a la otra orilla, como lo dijo a menudo Jesús a sus discípulos, pasar a la otra orilla para escuchar su voz que lleva a una movilidad carismática audaz.